Un paraíso llamado La Estrella Morrón

Miercoles, 10 de Marzo de 2021

No pocas razones tiene Policarpa Mosquera Rentería para considerar a la vereda La Estrella Morrón, en Pereira, como un paraíso para ella y las 15 familias que llegaron allí una mañana fría y arratonada de mayo de 2003 para quedarse por siempre.

A ellos, hace más de dos décadas, la violencia de todos los bandos los sacó corriendo, con lo que llevaban puesto, de varios municipios del sufrido Chocó y los unió en desgracia en Santa Cecilia, un corregimiento de Pueblo Rico (Risaralda). Tiempo después, cuando creyeron haber dejado atrás las amenazas y el contar muertos, ese odio ciego y sinrazón los volvió a alcanzar y les tocó emprender un nuevo éxodo, esta vez a Pereira.

Allí estuvieron pasando necesidades, aseando casas ajenas y dedicándose a oficios que les eran extraños, hasta que de tanto insistir por ayuda al Gobierno nacional, las agencias estatales les mostraron un terreno donde los podían ubicar. Estaba a unos 35 minutos en ‘chiva’ desde Pereira, con la maleza y el olvido abrazando la trilla y las pocas construcciones que había, con algo de frío, pero al fin y al cabo, un terreno con potencial agrícola que podía ser de la propiedad de cada uno.

Después de conversarlo, ‘Pola’, como le gusta que la llamen, y sus compañeros de peregrinación aceptaron la oferta estatal y empezó un papeleo que terminó el 12 de mayo de 2003, cuando en un bus de escalera, cargados con los pocos enseres y propiedades apretujados en cajas y maletas, con la cara de lo incierto y de la esperanza, llegaron a colonizar ese pedazo de la vereda La Estrella que se conoce hoy como La Estrella Morrón.

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Después de una distribución equitativa de la tierra, a punta de machete y hacha las 15 familias afrodescendientes domaron el espeso bosque y empezaron a construir lo que hoy es un caserío próspero donde la mayoría se dedica a sembrar yuca, plátano, tomate, café, frijol y maíz, entre otros. ‘Pola’, además, tiene una venta de arepas, “las mejores de la región”, con las que se ayudó para levantar sus ocho hijos.

“Este es un paraíso la verdad. No sabe uno que más decir después de estar corriendo por la violencia y llegar acá, donde nos nació la vida de nuevo. Todo es muy tranquilo, seguro y es una tierra bendita: todo lo que usted siembre, pega, se da, crece y da frutos”, afirma ‘Pola’, de 61 años y presidenta de la Asociación de Productores Agropecuarios La Esperanza.

En ese punto de la zona rural de Pereira, desde 2018 Transmisión del Grupo Energía Bogotá (GEB) instaló unas torres del entonces proyecto Armenia a 230 kilovoltios (kV) –que entró a operar un año después–, para traer al Eje Cafetero energía eléctrica de los centros de generación y mejorar así la confiabilidad del servicio al Eje Cafetero.

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“Al principio, cuando no habían puesto las torres y pasado los cables, nos opusimos mucho por gente que nos vino a decir un poco de cosas malas del proyecto –cuenta ‘Pola’–, pero los de la Energía Bogotá nos hablaron y convencieron de que era mentira y así ha sido: no hemos tenido un solo problema con las torres y cables. Son unos buenos vecinos, para qué le digo mentiras”.

Nadie mejor que ella para decirlo, pues en su predio, justo a la entrada del caserío, se eleva la torres 56 de la línea Armenia a 230 kV y los cables se tienden buscando el sur hasta perderse en las montañas coronadas por toda clase de cultivos. Debajo de esa infraestructura, ‘Pola’, con sus manos grandes, trenzas de medusa y su imponencia de ceiba, cultiva maíz, café, yuca y tiene las pocas matas de plátano y banano que le quedaron del ataque del ‘picudo’, una especie de gorgojo negro que acaba con estas plantaciones.

Hasta comienzos de 2020 también tuvo unas cabezas de ganado. “Y nada ha pasado ni a mí ni a mis vecinos, ni a los sembrados. La vida sigue igual a como la teníamos antes de las torres y los cables: normalita. Por el contrario, el GEB nos construyó una caseta comunal para hacer nuestras reuniones donde planeamos seguir adelante, progresando”, subraya mientras despacha unas arepas a los visitantes venidos de Bogotá.

Y sí. Esas arepas son las mejores de la región. Unas arepas que parecen hechas en el mismo paraíso.