Allá, en el Alto del Toro

Lo que más le mortificaba a Maritza Saldarriaga de mudarse a Alto del Toro, en Dosquebradas (Risaralda), –y aún refunfuña por eso– era que la iglesia no le quedaría a unos pocos pasos de su casa.

A esa vereda, a la que se arriba en 31 minutos en carro desde Pereira por un camino empinando, estrecho y en su mayoría destapado, llegó a vivir a finales de 2016 venida, con su esposo, Libardo Zuluaga; una hija, el marido de esta y una nieta, desde la agitada ciudadela Cuba, de la capital risaraldense.

Allí, la iglesia le quedaba a unas dos cuadras y podía ir cada vez que necesitaba sosiego para el alma o agradecer por las muchas bendiciones que, afirma, ha recibido junto con su familia.

Pero siendo gente de campo, la ciudad, con sus afanes y apretujones, los empezó a agobiar y un día decidieron en familia que lo mejor era volver a donde son, a la libertad y tranquilidad de una pequeña finca. Buscaron opciones hasta que encontraron una que se adaptaba, en su mayoría, a lo que querían.

“Yo no quería por la lejanía de la iglesia, pero se acomodaba a nuestro presupuesto y vimos que acá se podía dar de todos los productos del campo y nos mudamos en 2016, para descansar de la ciudad y ponernos a hacer lo que sabemos, porque eso es siempre berraco por allá. Ahora me doy cuenta de que hicimos bien”, admite Maritza.

La casa de la pequeña finca, recuerda, estaba en muy mal estado y los alrededores con la maleza del olvido que ya se había devorado cafetales. Atrás de la construcción, a unos 40 metros, estaba la torre 68 del entonces proyecto Armenia a 230 kilovoltios (kv), de Transmisión del Grupo Energía Bogotá (GEB).

No le vieron problema a su presencia. Desde entonces, sostiene Maritza, ha sido como un árbol que está ahí, que ella ve todas las mañanas al salir al patio de su casa, desafiando el frío y la brisa de las 6 a.m., a darle de comer a las gallinas y regar las matas con flores multicolores que cuelga del tejado.

A los dos años Transmisión construyó la torre 69 y en 2019 la línea Armenia a 230 kV, proyectada por el Gobierno nacional para mejorar la confiabilidad del servicio en los departamentos del Eje Cafetero, entró en operación. En ese lapso, Los Zuluaga Saldarriaga despejaron la maleza, trajeron pollos y gallinas, compraron un perro golden retriever para que acompañara a una criolla y sembraron café, banano y plátano en el predio, por el que atraviesan a más de 40 metros de altura, como un techo, las líneas de alta tensión.

“No le paramos bolas a que estuviera la 68 mucho menos a que construyeran la 69 al frente, como a 60 metros de la casa –afirma sonriendo Maritza–. Vinieron los de la ‘Energía Bogotá’, nos explicaron qué iban a hacer, para qué y nos han hablado siempre de los cuidados que hay que tener y listo. Nunca hubo problema ni que las cuerdas zumben, que se dañen las matas y los cultivos, que las gallinas queden fritas ni nada. Acá la señal de celular no entra, pero es por lo lejos”.

Tan no hay problemas que Libardo y Maritza un día sorprendieron a su hija Yamileth y a su yerno diciéndoles que se tenían que ir junto con su nieta: les dieron un lote contiguo a la casa paterna, para que construyeran su propia vivienda. Para completar el regalazo, se comprometieron a que todos ayudarían a trabajar.

Hoy la casa nueva está lista, hermosa, pintada con un verde que compite con el de los paisajes que se ven desde esa curva de la carretera que surca la vereda Alto del Toro, donde predomina un silencio profundo que es roto por el canto de las aves y de uno que otro vehículo que se aventura por allí. “Acá vivimos muy tranquilos, nadie molesta, la vista es linda para donde uno mire y las torres y cables uno ni los siente y no causan daño. Uno vive amañado y con la ‘amá’ al lado”, subraya Yamileth.

Maritza asiente con la cabeza, sonriendo en silencio, el mismo que impera en Alto del Toro y en la iglesia del sector de Cuba a donde iba a agradecer y pedir al Señor que los ayudara y condujera a un lugar mejor. Sin duda fue escuchada y atendida.